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Aciertos y desaciertos: el epílogo

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Aciertos y desaciertos: el epílogo

Marzo 28, 2021 - 02:07
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DIARIO DE CUBA concluye una serie que ha recorrido la historia de la presidencia de Cuba con una hoja de ruta ideal hacia la democracia.

Los perfiles de los presidentes cubanos, incluidos en la serie "Aciertos y Desaciertos", fueron concebidos para coadyuvar a la recuperación de la memoria histórica. En la medida que nos aproximábamos al final de la serie, algunos lectores sugirieron esbozar los rasgos de un futuro presidente ideal, y otros una hoja de ruta ideal para el tránsito entre la crisis actual y un Estado democrático. De ambas sugerencias he optado por la segunda.

En su obra ¿Qué es la historia?, el profesor británico Edward Hallet Car escribió: "La función del historiador no es ni armar el pasado ni emanciparse de él, sino dominarlo y comprenderlo, como clave para la comprensión del presente".

La historia

Tras cuatro siglos de dominación colonial y dos años de ocupación norteamericana, con el 85% de la economía destruida por la Guerra de Independencia, se inauguró la República de Cuba en 1902. Su primer presidente, Tomás Estrada Palma, continuó la reconstrucción iniciada por el Gobierno de ocupación. Priorizó la instrucción pública y la superación del personal docente, mejoró el sistema de salubridad, aumentó la producción de azúcar de 851.000 toneladas en 1902 a 1.230.000 en 1905 e impulsó el desarrollo del tabaco y del café. Una obra constructiva de fomento de la economía y mejoramiento social que fue continuada por sus sucesores, entre ellos, de forma destacada por Gerardo Machado y Fulgencio Batista.

En 1958 ya Cuba se encontraba entre los países más adelantados de la región. En ese año se dedicó el 23% del PIB a la educación (primer lugar en América Latina), el analfabetismo se había reducido al 23% (segundo lugar en Iberoamérica), y contaba con una red hospitalaria de calidad, esencialmente urbana. La industria azucarera producía entre cinco y seis millones de toneladas anuales (en 1952 produjo 7,2 millones) y tenía seis millones de cabezas de ganado vacuno. La producción nacional satisfacía el 80% del consumo nacional y se importaba el 20%. Se erigían cerca de 5.000 edificios por año e infinidad de fábricas, refinerías de petróleo, aeropuertos, cines, teatros, carretera, vías férreas, aeropuertos, modernos hoteles y los tres túneles de La Habana, entre otras obras.

Entre 1959 y 2021 la educación y la salud se generalizaron en todos los rincones de Cuba y alcanzaron índices superiores a la mayoría de los países de la región e incluso a países de mayor desarrollo. La industria azucarera, después del intento voluntarista de producir los diez millones de toneladas de azúcar que dislocó la economía nacional, comenzó un proceso de declive. En el presente año la zafra será inferior al millón de toneladas, una cifra inferior a la producida en 1894, hace 126 años. 

La infraestructura industrial se encuentra en un estado de deterioro avanzado, mientras la agricultura retrocede de forma sostenida. El problema de la vivienda raya en la tragedia; la masa de ganado vacuno se ha reducido al punto que la carne de res desapareció junto a la leche y los productos lácteos. La producción cafetalera se ha reducido diez veces respecto a 1958. El desabastecimiento ha llegado al punto que los cubanos ocupan la mayor parte de su tiempo y su mente en las interminables colas; mientras la salud y la educación han sufrido un considerable deterioro.

En la economía, que era lo más urgente desde que se inauguró la República, cada presidente aportó algo. No así en la formación ciudadana. En su lugar predominó la exclusión y la violencia: conflictos armados por la sucesión presidencial; represiones brutales como la de 1912 contra el alzamiento de los Independientes de Color; violación de los preceptos constitucionales; estallidos sociales como la Revolución del 30; la proliferación de pandillas, conspiraciones armadas, desembarcos, alzamientos, actos de terrorismo, hasta que durante el Gobierno de Federico Laredo Bru (1936-1940) se logró el giro que dio nacimiento a la Constitución de 1940, con la cual se inauguró un periodo democrático, malogrado por las mismas causas anteriores, especialmente por el pandillerismo político y la corrupción político-administrativa, que condicionaron el escenario para tres hechos: el golpe de Estado de 1952, el fracaso de las gestiones de negociación y la revolución de 1959.

El Gobierno revolucionario, junto a los mencionados avances en salud y educación, desmontó la institucionalidad existente, estatizó la economía, suprimió las libertades públicas, borró la sociedad civil y desapareció el ciudadano. Medidas que introdujeron el desinterés y la ineficiencia productiva, generalizaron la corrupción y el éxodo que ha conformado una pirámide poblacional similar a las de países desarrollados, pero sin base económica para su sustento.

Entre las causas principales del retroceso están: el predominio de la violencia, la débil formación cívica, los intentos de conservar el poder a toda costa, la primacía de los intereses individuales o de grupos en detrimento de los de la nación, la militarización de la esfera pública y la concentración del poder.

La hoja de ruta

En correspondencia con la tesis de Edward Hallet, expongo los elementos que considero esenciales en una hoja de ruta ideal hacia la democracia, para incitar al debate acerca de un tema tan crucial para el destino de los cubanos y de su nación.

El punto de inicio: economía estancada, ausencia de libertades, inexistencia de sociedad civil independiente, control del Estado sobre la política, la economía, la cultura y las personas. Una Constitución elaborada para blindar el modelo totalitario. Incapacidad para satisfacer las necesidades básicas de la población.

El punto de llegada: Libertades económicas, cívicas y políticas, sociedad civil autónoma, separación de los poderes públicos. Una Constitución elaborada con delegados elegidos libremente por el pueblo. Es decir, un Estado de derecho.

Múltiples factores nacionales e internacionales —entre ellos el hastío de una parte de la población y la irrupción de las redes sociales— están generando un proceso de resurgimiento del ciudadano y de los gérmenes de una sociedad civil, aún en fase temprana, pero en crecimiento. Entendiendo por ella la existencia de asociaciones, cuyo rasgo más característico es la independencia respecto al Estado.

Teniendo en cuenta la experiencia de nuestra historia hay cuatro factores que no deben integrar esa hoja de ruta ideal: 1- El empleo de la violencia, arraigado en nuestra cultura. 2- Los "mesías", que generalmente terminan concentrando más poder que los sucesores. Como decía el filósofo y político francés Benjamín Constant: "Por grande, por cuerdo, por vasto que sea el genio de un hombre jamás deben confiársele completamente los destinos de un país". 3- Las elecciones inmediatas no deben realizarse sin las condiciones y garantías inexistentes en el actual escenario para poder ejercer el derecho al sufragio libre entre diversas alternativas, 4- La intervención foránea, porque sería depositar la solución de nuestros problemas en un agente que actuaría en función de sus propios intereses y debilitaría la autoestima del pueblo cubano, ya bastante dañada.

Como la política es el arte de lo posible, descartados la violencia, los mesías, las elecciones inmediatas y la intervención extranjera, carentes de una fuerza de cambio efectiva, y ante un Gobierno que conserva los resortes básicos del poder, el diálogo puede convertirse en esa fuerza necesaria.

El diálogo tiene dos dimensiones: entre el pueblo y entre el pueblo y el Gobierno. La primera dimensión —entre cubanos— sería determinante si se logran consensuar las condiciones mínimas para sacar al país de la crisis; algo que, aunque el Gobierno se haya negado, lo trasciende. Esa fuerza potencial emitiría una señal a la comunidad internacional, al Gobierno y a los sectores del pueblo inmersos en la sobrevivencia, de que hay cubanos dispuestos y preparados para participar como sujetos activos en la solución de la crisis. El diálogo, pues, trasciende al Gobierno.

Aunque el discurso gubernamental no haya cambiado, las condiciones que le permitieron permanecer anclado ya no existen: la pérdida de los padrinos ideológicos, la imposibilidad de lograr el nivel mínimo de inversión para sacar al país de la crisis, la incapacidad para cumplir sus compromisos con los acreedores, la toma gradual de conciencia del pueblo manifestada en las crecientes protestas, la pérdida del monopolio de la información con las redes sociales, el defiiciente manejo del Covid-19, los fracasos que está cosechando con la Tarea Ordenamiento y el aumento de la represión. Todo ello indica que carece de suficiente fuerza para impedir el cambio.

El diálogo, en las condiciones descritas, implica la participación del Gobierno bajo el compromiso de implementar dos grandes medidas en una primera etapa:

Una, las libertades económicas. El mercado es una forma de relación social donde diversas personas con necesidades, dinero, productos y servicios, se encuentran para el intercambio. Esa libre concurrencia de productores y consumidores constituye un factor decisivo para el crecimiento de la producción, la diversificación de los productos y la calidad de los mismos. El mercado no es capitalista ni socialista, es la experiencia humana útil para producir, comprar, vender, prestar servicios, contratar mano de obra sin tutela estatal. Lo demás es la necesidad de establecer un sistema impositivo apropiado, que estimule la producción y sea capaz de sostener la seguridad social, la salud y la educación. Esta medida despertaría el interés de los cubanos y el país comenzaría a emerger de la crisis que lo está asfixiando, como ocurrió a inicios de la República, a solucionar lo más inmediato; las precariedades.

Dos, la libertad de expresión, de manera que a la vez que la economía avance, se desarrolle la labor de formación ciudadana que faltó en la República. De manera que junto al agente económico se pueda desarrollar una acción cultural para el rescate del ciudadano. El educador brasilero, Paulo Freire, decía que "toda acción cultural es siempre una forma sistematizada y deliberada de acción que incide sobre la estructura social, en el sentido de mantenerla tal como está, de verificar en ella pequeños cambios o transformarla".

Esos dos factores repercutirán gradualmente en otros hasta desembocar en la libertad de asociación, la convocatoria a una Asamblea Constituyente con delegados elegidos libremente por el pueblo, la conformación de una Constitución resultado de un nuevo consenso nacional y la instauración de un Estado de derecho, que sería la meta.

Lo ideal, en ese Gobierno de transición, resultado del diálogo, sería la conformación de un Gobierno colegiado. Teniendo en cuenta que uno de nuestros grandes males políticos ha sido el personalismo, no se debería comenzar por un gobierno personal, sino colegiado, comprometido con el cambio planteado.

Finalmente, como los conflictos entre estados desmovilizan los conflictos al interior de los estados, el diferendo con EEUU —la mayor potencia económica militar y científica del mundo— ha permitido al Gobierno de Cuba solapar la inviabilidad del modelo totalitario y desviar la atención hacia el "enemigo causante de todos los males". Por ello, las medidas planteadas en la hoja de ruta encierran un efecto colateral de máxima importancia. De liberarse la economía y permitirse la libertad de expresión, los enemigos de la suspensión del embargo quedarían sin argumentos. Sería más efectivo que las resoluciones anuales que Cuba presenta y la mayoría de países respalda en las Naciones Unidas, pero sin ningún efecto práctico. Por ello la normalización de las relaciones constituye una necesidad vital para Cuba.

La peculiaridad de esas relaciones radica en que la democratización, aunque sea asunto de los cubanos todos, no puede ignorar su importancia. Basta recordar que, finalizada la Guerra de Independencia en 1898, en la rápida recuperación de la Isla la ayuda norteamericana fue decisiva. Lo que no es objeto de discusión es que tienen que ser los cubanos quienes definan el destino de su nación.

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