Início » Artículos » José Cipriano de la Luz y Caballero: educación y política

José Cipriano de la Luz y Caballero: educación y política

Time to read
4 minutes
Read so far

José Cipriano de la Luz y Caballero: educación y política

Octubre 11, 2019 - 10:38

Luz y Caballero no era revolucionario, era un patriota consagrado a lo más difícil, a iluminar las conciencias e infundir un alma nueva. Fue lo que su época demandaba: un gran maestro. En la situación de crisis y retroceso que vive la Cuba de hoy, se requiere, como en la época que le tocó vivir, de nuevas ideas y de sujetos capaces para el cambio

José de la Luz y Caballero

José de la Luz y Caballero (1800-1862), filósofo, educador y destacado en temas científicos. Huérfano a los siete años de edad, su tío materno, José Agustín Caballero, asumió su educación. En el Seminario San Carlos y San Ambrosio se graduó de Bachiller en Leyes y en la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana, obtuvo el título de Bachiller en Filosofía. En el Seminario San Carlos ejerció la Cátedra de Filosofía que antes habían ocupado el padre Félix Varela y José Antonio Saco.

Luz dominaba los idiomas inglés, francés, italiano y alemán, fue Miembro de la Sociedad Patriótica de Amigos del País, colaboró con publicaciones como la Revista Bimestre Cubana, El Mensajero Semanal, El Diario de La Habana, el Faro Industrial de La Habana y la Revista de la Habana.

El plan de modernización social y de formación de hombres ilustrados, desarrollado por el Obispo Espada en las primeras décadas del siglo XIX, influyó decisivamente en la formación de Luz y Caballero, de forma destacada en la Pedagogía.

Luz consideraba la enseñanza como un ministerio sagrado, como un apostolado. De ahí su sincera creencia de que, como el poeta, el músico y el pintor, el maestro es un artista y, acaso, el más divino de los artistas; porque: “si Miguel Ángel crea el Moisés, si Shakespeare crea el Hamlet, el maestro crea un hombre”.

La Pedagogía, desde su surgimiento, se ocupó de la formación de los ciudadanos. A esta disciplina Platón y Aristóteles le atribuyeron funciones éticas y políticas. El escolasticismo medieval la empleó para la transmisión de la fe mediante la memorización. Erasmo de Rotterdam elaboró una metodología para dirigir la progresión moral e intelectual del alumno. Juan Jacobo Rousseau insistió en observar las capacidades del niño para favorecer su desarrollo bajo el lema: “dejar crecer”; y Enrique Pestalozzi, precursor de la pedagogía contemporánea, planteaba que “Muy bien está que a un niño se le haga leer, escribir y repetir las cosas, pero es todavía más importante enseñarle a pensar”.

Durante sus viajes por Estados Unidos y Europa, Luz se relacionó con figuras célebres de la ciencia y la cultura, entre ellos: el naturalista francés George Cuvier, creador de la anatomía comparada y la paleontología; Jules Michelt, escritor e historiador francés; Henry Longfellow, poeta estadounidense popular en su época; Walter Scott, prominente figura del romanticismo inglés; y Johann Wolfgang von Goethe, un símbolo de la literatura alemana; Karl Krauser, filósofo alemán; y el científico alemán Alexander von Humboldt.

Imbuido en esos pensadores, en las experiencias de los métodos pedagógicos más avanzados de su época, y en figuras como el Obispo Espada y el padre Varela, Luz y Caballero consagró su vida a la enseñanza.

Con las observaciones y los estudios realizados fundó un colegio con el nombre de El Ateneo. En 1834 asumió la dirección del Colegio San Cristóbal (Carraguao), donde introdujo el método explicativo contrario a la memorización. En 1838 creó una cátedra de Filosofía en el Convento de San Francisco y en 1848 fundó el colegio El Salvador de La Habana, donde Luz transcurrió los últimos años de vida.

Todo lo valioso que acumuló de los más insignes hombres de su época, lo amalgamó con los últimos adelantos de la Pedagogía, lo enriqueció con su sapiencia, lo adaptó a las condiciones de Cuba y lo entregó a sus alumnos, entre ellos a Rafael María de Mendive, el maestro de José Martí, por lo que se le considera el padre de la pedagogía cubana.

Para ese merecido título son suficientes: su conocido aforismo: “Instruir puede cualquiera; educar sólo quien sea un evangelio vivo” y la inmortal frase “Antes quisiera, no digo yo que se desplomaran las instituciones de los hombres -reyes emperadores-, los astros mismos del firmamento, que ver caer del pecho humano el sentimiento de la justicia, ese sol del mundo moral”. Al decir de Manuel Sanguily: “Había nacido con el espíritu preparado para la virtud, con el cerebro preparado para la sabiduría, con el corazón preparado para el amor”.

Luz y Caballero, a quien le tocó vivir la época de modernización de la clase política cubana, cuando las repúblicas hispanoamericanas buscaban la independencia por medio de revoluciones estableció una relación entre educación, política e independencia. Comprendió que los procesos para fundar pueblos tienen como premisa la preparación de los sujetos y de los cimientos morales para su realización. Concibió el arte y la ciencia de la educación como premisa de los cambios sociales: antes de la revolución y la independencia, la educación. Ese era el credo al que dedicó su vida. “Hombres más bien que académicos -decía- es la necesidad de la época”. Sus profecías, confirmadas por los resultados de la historia, conservan toda su vigencia.

Luz y Caballero no era revolucionario, era un patriota consagrado a lo más difícil, a iluminar las conciencias e infundir un alma nueva. Fue lo que su época demandaba: un gran maestro. En la situación de crisis y retroceso que vive la Cuba de hoy, se requiere, como en la época que le tocó vivir, de nuevas ideas y de sujetos capaces para el cambio.

Sin su obra no puede entenderse el independentismo de la segunda mitad del siglo XIX, en el que participaron más de 200 de sus discípulos, entre ellos un contingente de alumnos y profesores de la Real y Literaria Universidad de La Habana, que abandonaron las aulas, salieron del país para luego desembarcar por la actual provincia de Camagüey.

La mejor prueba de la trascendencia de su apostolado es su presencia en José Martí, quien lo consideraba su precursor y le llamó el “silencioso fundador”. En una oportunidad dijo el Apóstol: Por dos hombres temblé y lloré al saber de su muerte: por José de la Luz y por Lincoln. Y Enrique José Varona lo calificó como el “pensador de ideas más profundas y originales con que se honra el nuevo mundo”. Su pensamiento no es pasado para recordar, sino presente para actuar.