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¿Problema del negro o problema de Cuba?

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¿Problema del negro o problema de Cuba?

Mayo 12, 2020 - 11:45

Motivados por dos artículos publicados en los Martes de Dimas, referidos al abolicionismo y a la discriminación racial respectivamente, varios lectores me solicitaron ahondara en el llamado “problema del negro”. En respuesta, decidí tratar los siguientes: Problema del negro o de la democracia, Martín Morúa Delgado, Juan Gualberto Gómez, La matanza de 1912 y la situación actual.

Las siguientes líneas responden al primero de esa pentarquía.

La participación del negro en el proceso de conformación de la nación cubana, debido a las exclusiones a que ha sido sometido, ha sido un factor determinante para que Cuba se pueda considerar como nación inconclusa. ¿Por qué?

Las naciones emergen de la fusión de diversos factores en un territorio determinado mediante prolongados procesos de acercamiento que conducen a la unidad en la diferencia. En Cuba comenzó en el siglo XVI, esencialmente entre europeos y africanos, que juntos a una proporción menor de aborígenes, chinos y otros grupos étnicos devinieron criollos y después cubanos, conformando una nueva nacionalidad desde la cual comenzó a forjarse el edificio de la nación.

A pesar de las prohibiciones internacionales establecidas contra el comercio negrero en 1815, 1835 y 1862, a nuestras costas continuaron arribando miles y miles de esclavos, mientras una cifra desconocida pereció en la travesía marítima. Traídos por la fuerza, carentes de los más elementales derechos, sin posibilidad de regreso a su tierra de origen, esos seres humanos fueron sometidos a trabajos forzados, maltratos físicos, a asumir nombres ajenos, olvidar su lengua, sus dioses y sus costumbres. Por ese estado de inferioridad impuesto, unido a una radical diferencia en cuanto a instrucción y propiedad respecto a los peninsulares, los negros sufrieron la exclusión, lo que les impidió, parafraseando a Jorge Mañach, compartir un propósito común por encima de los elementos diferenciadores.

Desde el mismo siglo XVI, cuando fueron descuartizados los primeros cimarrones por su rebeldía y sus cabezas colocadas en palos a forma de escarmiento, comenzó una espiral de dolor y muerte que duró varios siglos. Dos de esos episodios fueron los siguientes:

La represión contra los participantes en la conspiración que entre 1811 y 1812 encabezó José Antonio Aponte y Ulabarra, un negro libre, artesano, cabo Primero del Batallón de Milicias de Pardos y Morenos y miembro del cabildo lucumí Shangó Tedum, uno de los más importante de La Habana. El objetivo era decretar la abolición de la esclavitud. Condenados a muerte y descuartizados sus cabezas fueron colocadas en varios sitios públicos de La Habana para imprimir el terror en los negros. La de Aponte dentro de una jaula en la actual esquina de Reina y Belascoaín.

En la cadena de sublevaciones que comenzó en la región de Matanzas en 1839 casi todas las dotaciones de los ingenios de la zona se rebelaron miles de negros y mulatos hasta desembocar en 1844 en la Conspiración de la Escalera, que dejó un saldo de casi 600 enviados a prisión, más de 400 deportados, unos 300 muertos durante el proceso por maltratos físicos y otros 78 condenados a muerte, entre ellos el poeta Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), cuya culpa radicó en su condición de hombre libre, mulato, con talento e ideas liberales.

Posteriormente, durante las guerras independentistas en la segunda mitad del siglo XIX, cuando los criollos blancos colocaron en su agenda la lucha por la independencia, los negros, que venían desde mucho antes derramado ríos de sangre en la lucha contra la esclavitud, más allá de los esclavos que fueron liberados por sus amos para incorporarlos como soldados a la guerra, ellos voluntariamente empuñaron las armas contra la metrópoli.

Gracias a la pericia, el valor en las cargas al machete y la capacidad para la vida en la manigua, en la Guerra de los Diez Años, negros y mulatos devinieron oficiales; en la Guerra Chiquita conformaron la mayoría de los combatientes y la mitad de la oficialidad; y en la Guerra de 1895 ocuparon jefaturas en los más altos cargos militares.

En esas guerras se acrisoló la nacionalidad y se aceleró la conciencia de identidad nacional a través de dos procesos paralelos: uno, entre los diferentes sectores de negros, resultado que Ramiro Guerra denominó “doble ansia de libertad civil e igualdad social de parte del esclavo y del negro libre”; otro, la estrecha relación de solidaridad y de identidad cultural entre negros y blancos que fue creando el germen de una comunidad de ideales y de destino común. Así, de una concepción negativa marcada por el sufrimiento, inferioridad y despojo cultural, los negros evolucionaron hasta percibirse en condiciones de igualdad con el blanco.

Entre 1878 y 1888, resultado de la Paz del Zanjón en Cuba se implantaron las leyes de: patronato, reunión, tolerancia de culto, imprenta y asociación. En ese contexto los cabildos, cofradías, milicias de pardos y morenos, así como otras asociaciones como los gremios, se convirtieron en sociedades de instrucción, recreo y socorros mutuos, la cuales editaron órganos de prensa, para luchar por escuelas sin segregación racial, acceso a los establecimientos públicos e hicieron propaganda separatista.

En 1890, con el regreso de Juan Gualberto Gómez a Cuba, el Directorio Central de las Sociedades de la Raza de Color, que se había creado en 1878, logró nuclear a la casi totalidad de asociaciones existentes, dándole un vuelco a las luchas por la igualdad.

Además de la participación en la guerras, desde la economía hasta la cultura, desde la producción azucarera y cafetalera hasta la artesanía, pasando por la enseñanza, la música, la literatura, el baile, el deporte y otras manifestaciones culturales, los negros cubanos realizaron innegables aportes a la conformación de la nación.

Resultado de ese proceso de luchas y aportes, los negros tomaron conciencia de sus posibilidades en igualdad de condiciones y comenzaron a pensarse como héroes. Una vez terminada la guerra, la igualdad refrendada en la Constitución de 1901 no se acompañó de las medidas necesarias; es decir, en acciones afirmativas para su inserción y desenvolvimiento en las nuevas condiciones. Como expresara la investigadora norteamericana Aline Help, la mayoría de los negros, sin saber leer y escribir, sin propiedades y víctima de los prejuicios raciales, siguió siendo lo que eran antes de las contiendas independentistas: sencillamente negros.

La persistencia y reproducción de las enormes diferencias económicas y culturales impidieron que la nacionalidad emergente se transformara plenamente en nación; es decir, en una comunidad de conciencia y convivencia, en la cual se suceden las generaciones y se constituye la herencia; en esa persona colectiva emergida de una comunidad histórica y estable de vida económica, idioma, territorio, cultura, conciencia de procedencia y destino, y psicología comunes.

En la República el negro era discriminado como cubano respecto a los extranjeros y como negro respecto a los cubanos blancos, lo que impide en 1902 hablar de una nación conformada plenamente, pues tenía pendiente solucionar la igualdad de oportunidades entre negros y blancos que se manifestaba en los prejuicios raciales y la exclusión que impedían a esos cubanos participar plenamente en la República por la que habían luchado.

En ausencia de una acción afirmativa dirigida a favorecer la igualdad de oportunidades, la discriminación y los prejuicios raciales adquirieron rango de teoría. En ese escenario emergió la República de Cuba, no la proyectada por José Martí, sino la posible en condiciones de ocupación, en la que se gestaron los acontecimientos posteriores; entre ellos episodios tan desgarradores como fue la matanza de 1912; la mejor prueba de que se trata de un problema de Cuba.