Redefinir el papel de la enseñanza: un gigantesco reto
La subordinación de la enseñanza al Estado y su empleo en función de los intereses del poder, es uno o el peor de los daños ocasionados a los cubanos.
El inminente fracaso del modelo totalitario y la carencia de voluntad política para sacar al país de esa situación, indican la necesidad de redefinir el papel de la enseñanza en la nueva Cuba, lo cual implica precisar las causas del retroceso. Las siguientes líneas se concentran en dos de ellas: las relaciones de propiedad y las libertades ciudadanas. Las demás causas son derivaciones de ellas.
La propiedad
La importancia de las relaciones de propiedad para el desarrollo personal y social ha sido tratada por pensadores de todos las épocas la resumió magistralmente José Martí en nueve palabras: “Es rica una nación que cuenta muchos pequeños propietarios”[1].
Al subordinarse a una ideología, las relaciones de propiedad se desnaturalizan y devienen freno del desarrollo. En Cuba la Constitución de 1901 definió que nadie podía ser privado de su propiedad sino por autoridad competente y por causa justificada de utilidad pública. Mientras la de 1940 refrendó su existencia y legitimidad en su más amplio concepto de función social. En dirección contraria, el proceso de confiscación iniciado con la Primera Ley de Reforma (mayo de 1959) no se detuvo hasta barrer con las más de 55 mil pequeñas y medianas empresas que permanecían en manos de propietarios cubanos (marzo de 1968).
Con el hundimiento del campo socialista y la pérdida de las subvenciones soviéticas (65 mil millones de dólares en treinta años), quedó al desnudo la incapacidad productiva del sistema totalitario. Todas las ramas, incluyendo aquellas que tradicionalmente fueron motores de la economía, se desmoronaron. Basta comparar el nivel de cuatro de ellas en el año 1958 con la actualidad: el azúcar es apenas el 6%; el café un 10%; el ganado bovino menos de 26%; y el tabaco, el 36%.
La corrupción y la emigración, dos efectos de la ineficiencia productiva, actúan como causas del daño antropológico que sufre la sociedad cubana. La primera, circunscrita durante la República a la esfera político-administrativa, devino conducta generalizada en todos los estratos sociales y en todas las actividades. La segunda —reacomodo geográfico que ocurre cuando las condiciones naturales o sociales de un territorio impiden la satisfacción de las necesidades elementales—, además del desarraigo, la pérdida de vidas humanas y las dolorosas separaciones familiares, ha generado un decrecimiento y envejecimiento poblacional, potenciado por la baja tasa de natalidad, en un país sin base económica para su sustento.
Esos tres factores, incapacidad productiva, corrupción generalizada y éxodo masivo, por su dimensión, son suficientes para colapsar el sistema totalitario cubano y lo están colapsando.
La enseñanza
La historia de la enseñanza y de las personalidades e instituciones que propiciaron su avance en Cuba, indican la necesidad de reestructurar las relaciones de propiedad y de restablecer las libertades ciudadanas.
Iniciada por diversas órdenes religiosas, la enseñanza alcanzó un considerable auge en el siglo XVIII con el surgimiento de las primeras escuelas laicas; y en el siglo XIX con figuras insignes como Félix Varela (1778-1853), José Antonio Saco (1797-1879, José de la Luz y Caballero (1800-1862) y Rafael María de Mendive (1821-1886), entre otros muchos.
En 1898, durante la Ocupación de la Isla, las autoridades norteamericanas revolucionaron las bases del sistema escolar. Designaron al pedagogo norteamericano Alexis Everett Frye[2] como superintendente de escuelas, al militar Matthews E. Hanna al frente de los trabajos administrativos, y al patriota y sabio cubano, Enrique José Varona[3], al frente de la secretaría de instrucción.
El primer reto, el déficit de maestros, lo enfrentaron de forma conjunta el Gobierno de Ocupación y la sociedad civil: crearon las escuelas normales de verano, las escuelas pedagógicas, la Escuela Normal por Correspondencia, la Institución Libre de Enseñanza, y enviaron mil trescientos maestros para recibir formación pedagógica en la Universidad de Harvard y sesenta a la Escuela Normal de New Platz, ambas en Estados Unidos[4] . Mientras los presidentes cubanos, desde Tomás Estrada Palma (1902-1906), hasta Fulgencio Batista (1940-1944 y 1952-1958), además de dedicar aproximadamente el 25% del presupuesto nacional a la instrucción, aumentaron el número de aulas, crearon escuelas normales y escuelas del hogar y un servicio de maestros ambulantes en zonas montañosas, construyeron escuelas primarias superiores, de comercio e industriales de varones, kindergartens y la primera escuela normal rural. Obras y medidas que permitieron, en la década de los años cincuenta del pasado siglo, contar con una enseñanza pública gratuita para todos los niveles y tipos de enseñanza, y una matrícula de aproximadamente 90 000 alumnos en las escuelas privadas que aliviaba económicamente al Estado y garantizaba el tipo de educación que los padres deseaban para sus hijos. Adelantos que fueron refrendados en los artículos 48 al 50 de la Constitución de 1940.
Como el totalitarismo es incompatible con una enseñanza libre, se emprendió su erradicación en 1961. Después de declarar inaceptable la “neutralidad política” entre los educadores y de intervenirse los primeros colegios católicos, el 6 de junio de 1961 se promulgó la Ley de Nacionalización de la Enseñanza, con la cual la educación fue puesta bajo control del Estado. La Campaña de Alfabetización, a la vez que enseñaba a leer y escribir, se empleó como instrumento de adoctrinamiento político. Y con la Ley de Reforma de la Enseñanza Superior (enero de 1962) desapareció la autonomía universitaria, completando así el control absoluto del Estado sobre la enseñanza.
El gobierno revolucionario, para cubrir las nuevas aulas hizo un llamado a los estudiantes de la enseñanza secundaria básica y preuniversitaria para formarlos como “maestros voluntarios”[5]. En 1961 se fundaron tres grandes escuelas para maestros en las montañas. En 1962, las seis escuelas normales creadas antes de 1959 fueron cerradas y sustituidas por las escuelas para maestros primarios. Los Makarenkos —como se les bautizó— fueron preparados militar e ideológicamente para adoctrinar con el marxismo-leninismo y los discursos de los líderes de la revolución. Los maestros normalistas, considerados aburguesados con rezagos del pasado, fueron sustituidos por el Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech, encargado de impartir clases en las escuelas en el campo.
Los maestros voluntarios, los makarenkos, el Destacamento Pedagógico Manuel Ascunce Domenech, y finalmente los maestros emergentes, marcan la ruta de la decadencia sufrida en la formación de personal docente.
En ausencia de las libertades ciudadanas, reforzada con el monopolio de los medios de comunicación, los alumnos y maestros que osaron expresar un pensamiento contrario a lo establecido, fueron y siguen siendo separados o expulsados de los centros docentes e investigativos. El Observatorio de Libertad Académica, hasta el Informe No. 39 de 2024, ya ha documentado más de cien casos.
Para que la educación pueda recuperar su función de fragua de ciudadanos capaces de participar activamente en el destino de su nación, se necesita el restablecimiento de las libertades y su institucionalización, para que la política —ámbito de toma de decisiones— sea asequible a todos los cubanos y no solo al Partido-Estado-Gobierno, como sucede hoy; un propósito que choca con un hecho real: una parte considerable de los cubanos, agobiados por la sobrevivencia y por el desconocimiento de lo que es la política y del papel que desempeña, se desentienden de ella.
Transformar esa concepción arraigada en la mente de muchos cubanos —jóvenes y adultos—, constituye un reto tan complejo como ineludible para la necesaria reconversión de los cubanos en ciudadanos. Se trata, pues, de educar, que como decía José Martí, significa preparar el hombre para la vida, y como sentenciaba el afamado educador brasilero Paulo Freire, es preparar para ser capaz de oír la palabra y dialogar con otros, pensar y comunicarse los pensamientos.
Libertad y formación cívica en algunos pensadores cubanos
La libertad —consustancial a la persona humana y portadora de su dignidad— emana de la conciencia interior y se manifiesta mediante el ejercicio de la voluntad, lo cual permite a la persona ser libre en la medida que se empeñe en su realización. Libertad y responsabilidad son inseparables, como lo son las dos caras de una misma moneda, pues para ser responsable hay que ser libre para elegir.
El padre Félix Varela (1778-1853), comprendió que la formación cívica constituía una premisa para alcanzar la independencia y en consecuencia eligió la educación como camino para la liberación, por eso insistía en que lo primero era empezar a pensar. Optó por la ética del ser, que sitúa a la persona humana como fin y no como medio.
José de la Luz y Caballero (1800-1862), arribó a la conclusión de que antes de la revolución y la independencia, la educación. Comprendió que los procesos para fundar pueblos tienen como premisa la preparación de los sujetos históricos y de los cimientos morales básicos para su realización.
Enrique José Varona (1849-1933), en el epílogo a Mis consejos (1930), se quejaba de que la República había entrado en crisis, porque gran número de ciudadanos han creído que podían desentenderse de los asuntos públicos. “Este egoísmo cuesta muy caro. Tan caro, que hemos podido perderlo todo”[6].
José Martí (1853-1895), proyectó la fundación de una república que en su ideario era forma y estación de destino, a diferencia de la guerra y del partido, concebidos como eslabones mediadores para arribar a ella. Concebía la república como un estado de igualdad de derecho de todo el que hubiera nacido en Cuba, espacio de libertad para la expresión del pensamiento. Definiciones que remató con ese ideal devenido hoy puro formalismo: yo quiero que la ley primera de nuestra República sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.
En las tesis expuestas por estos, y otros muchos pensadores cubanos, se repiten los siguientes juicios: la educación como premisa y camino para la liberación; la importancia de la formación de conciencia y de virtudes cívicas; la libertad y los derechos como base del funcionamiento de la sociedad; la imposibilidad de generar cambios en la sociedad sin cambios en los hombres. Esas opiniones nos ponen cara a cara con la falta de preparación del pueblo para el ejercicio de los derechos políticos, lo que ha conducido a la mayoría de los cubanos a desentenderse de los asuntos públicos; un mal del pasado y del presente que constituyen un serio obstáculo para salir de la actual crisis estructural.
Conclusiones
La naturaleza del modelo totalitario implantado, ajeno a nuestra cultura y a la naturaleza humana, unido a su prolongada duración, son las causas fundamentales del empobrecimiento material y espiritual del pueblo cubano, y de la pérdida de la condición de ciudadano, que es el peor daño infringido.
El fracaso del monopolio del sistema educativo impuesto para someter la conciencia de los individuos a la dictadura de un pensamiento único, y convertir la ideología en una religión secular, demuestra la imposibilidad del proyecto totalitario y el por qué se encuentra al borde del colapso.
Los que se ocupan y preocupan por el destino de la nación cubana tenemos el inmenso reto de precisar las causas del retroceso de la enseñanza y redefinir su papel en la nueva Cuba. Reto que implica reestructurar las relaciones de propiedad, restablecer las libertades ciudadanas y emprender una acción educativa para la formación cívica.
Referencias
[1] José Martí. Obras Completas. Tomo 7. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1991, p. 134.
[2] Alexis Everett Frye (1859-1936). Primer superintendente de escuelas de Cuba, fue sustituido el 9 de abril de 1901 por el patriota cubano Eduardo Yero Buduén.
[3] Enrique José Varona (1849-1933), filósofo, escritor y periodista. Se incorporó a la Guerra de los Diez Años y tuvo que desistir por razones de salud. Asumió la dirección del periódico Patria en 1895.
[4] Ramiro Guerra y otros. Historia de la nación cubana, La Habana, Editorial de la nación, 1952, p. 64.
[5] Maestros dispuestos a marchar a lugares difíciles y apartados, en condiciones de campaña, sin recibir salario en los primeros tres meses para comprobar su voluntad y vocación.
[6] Enrique José Varona. Política y sociedad. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1999, p. 288.