Felipe Poey, el sabio de los peces de Cuba
Cuando viajó a París llevó con él un tonel de peces cubanos conservados en aguardiente que entregó a dos de los científicos de mayor renombre de la época.
Entre los cubanos insignes del siglo XIX, que participaron en la forja de la patria desde la investigación científica y la enseñanza, se encuentra Felipe Poey y Aloy. Separados por 224 años de su nacimiento, ocurrido en mayo de 1799, sus contribuciones a la ciencia y la pedagogía merecen ser conocidos por las actuales generaciones de cubanos.
Hijo de padre francés y madre española, Poey cursó sus primeros estudios en Francia, se graduó de Bachiller en Leyes en el Real Seminario de San Carlos y San Ambrosio en La Habana y recibió la investidura de abogado en Madrid. A su regreso a Cuba en 1823 contrajo matrimonio, y en 1826 viajó a Paris con su esposa y primer hijo; viaje en el que su innata vocación por la investigación se dimensionó. En esa oportunidad llevó consigo sus investigaciones sobre la flora y la fauna, entre ellas un tonel de peces cubanos recolectados y conservados en aguardiente que entregó a dos científicos de renombre mundial: Georges Cuvier, fundador de la paleontología y el destacado zoólogo Achille Valenciennes, quienes estaban escribiendo la monumental Historia natural de los peces e introdujeron a Poey en los principios básicos de la rama de la zoología dedicada al estudio de los peces.
Los esfuerzos dedicados a caracterizar la fauna piscícola cubana e identificar sus especies, los materializó en Ictiología cubana o Historia natural de los peces de Cuba (1883). Además, recopiló y estudió varias órdenes de insectos y de moluscos, trabajó en el laboratorio de Georges Cuvier y estableció relaciones con destacados científicos de la época.
A su regreso a Cuba, Poey fundó el Museo de Historia Natural, ocupó la cátedra de Zoología y Anatomía Comparada en la Universidad de La Habana, ocupó el decanato de la Facultad de Ciencias y la vicerrectoría de la Universidad de La Habana, fue socio de mérito de la Sociedad Económica de Amigos del País, uno de los 30 miembros fundadores de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales, y presidente de la Sociedad Antropológica.
Su Ictiología cubana o Historia natural de los peces de Cuba, premiada con medalla de oro y diploma de honor en la Exposición Colonial de Ámsterdam en 1883, comprende 758 especies, representadas por 1.300 individuos de todas las edades y otras muestras de escamas, esqueletos completos, medio esqueletos, vísceras completas, cabezas y aletas. Los intentos de publicación de esta obra en España, a fines del siglo XIX, no dieron fruto. Las gestiones continuaron en la primera mitad del siglo XX a cargo de Carlos de la Torre, discípulo predilecto de Poey. En 1955 se imprimió un volumen limitado sin los dibujos de su atlas; en 1962 se editó nuevamente con varias láminas del atlas; y finalmente de forma íntegra vio la luz en el año 2000.
Sus aportes en el campo de la pedagogía no fueron menos importantes. Poey impartió Geografía de Cuba y Geografía Moderna en la enseñanza primaria, Lengua Francesa y Lengua Latina en la secundaria, y Zoología y Anatomía Comparada en la Universidad de La Habana. Integró el claustro del famoso Colegio San Cristóbal de La Habana, conocido por Carraguao, junto al insigne José de La Luz y Caballero, centro donde estudiaron figuras significativas de nuestra historia como Perucho Figueredo y Francisco Vicente Aguilera. También fue autor de textos escolares de gran repercusión en el desarrollo de la educación, la cultura y las ciencias en Cuba.
Fueron profundos sus conocimientos de las materias que impartía. Según su discípulo preferido, Carlos de la Torre, Poey poseía el encanto y la capacidad para cautivar el interés de los alumnos en los temas más complejos. Además, su mente estaba abierta a las nuevas teorías y a ideas diferentes, por lo que su biógrafo, el naturalista estadounidense, David Starr Jordán (1851-1931), lo consideraba más joven a los 85 años, que muchos hombres a los 50.
Paralelo a sus aportaciones en la ciencia y la pedagogía, nuestro naturalista publicó, entre otros textos: el primer libro de geografía de Cuba (1836), que llegó a editarse 19 veces; el Compendio de Geografía Moderna para los colegios y escuelas secundarias (1840); un curso de zoología (1843); Memorias sobre la historia natural de la Isla de Cuba (1851 y 1856-1858); y el mencionado tratado de ictiología cubana en el que trabajó durante más de 50 años; un curso elemental de mineralogía (con tres ediciones 1872, 1878 y 1883); y colaboró en la obra Naturaleza y civilización de la grandiosa Isla de Cuba (1876), escrita por el humanista Miguel Rodríguez Ferrer.
La importancia de sus aportes se confirman con su presencia en las instituciones científicas de la época: socio de mérito de la Sociedad Económica de Amigos del País; corresponsal de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Madrid; miembro de la Sociedad Numismática Matritense; miembro de la Academia Nacional de Ciencias y Artes de Barcelona; fundador de la Sociedad Entomológica de Francia; colaborador de la Academia de Ciencias de Berlín; individuo de la Sociedad Zoológica de Londres; individuo de las academia de Ciencias Naturales de Filadelfia, Boston y Buffalo. Colaboró como divulgador científico en múltiples órganos de prensa de la época y fue director y colaborador de Repertorio físico natural de la Isla de Cuba.
Al recordar a tan destacada figura de la ciencia no puede dejar de mencionarse que, en el siglo XIX, cuando realizaba sus investigaciones, en Cuba había pescado para el consumo de la población. Además de la amistad contraída con pescadores cubanos para incorporar nuevas especies a sus investigaciones, Poey visitaba diariamente las pescaderías de La Habana con ese objetivo. Hoy, a casi dos siglos, la falta de libertades y la incapacidad gubernamental impiden que los cubanos consuman pescado.
Considerado padre espiritual de los naturalistas cubanos y uno de los principales naturalistas de toda América, Felipe Poey murió en La Habana en enero de 1891. Su sepelio se efectuó en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, fue enterrado en la Necrópolis de Colón, exhumado y trasladado a la Facultad de Ciencias del recinto universitario donde reposan los restos del héroe que hizo patria desde la ciencia y la pedagogía.