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El 24 de febrero de 1895 y la guerra actual en Cuba

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El 24 de febrero de 1895 y la guerra actual en Cuba

Febrero 24, 2022 - 09:31
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En la Cuba de hoy los males del pasado continúan presentes y la situación está siendo desbordada por la complejidad social.

Una mirada a la historia política de Cuba devela que el retroceso sufrido en las últimas seis décadas ha conducido a una situación peor a la que provocó el estallido de la Guerra de Independencia en 1895.

Después de los intentos abolicionistas y anexionistas en el siglo XIX, las contradicciones entre la administración colonial y los criollos cubanos tomaron la vía del reformismo. El reclamo de rebaja de los impuestos fiscales, presentados ante la Junta de Información que sesionó entre 1866 y 1867, fue malogrado por los acontecimientos políticos en España. La Junta fue disuelta y el Gobierno provisional que asumió el poder mantuvo la negativa al reclamo insular: el camino de la guerra quedó despejado.

El movimiento insurreccional que comenzó el 10 de octubre de 1868, debido a las contradicciones internas, condujo al Pacto del Zanjón, firmado el 10 de febrero de 1878. La Protesta de Baraguá, en marzo de ese mismo año, y la llamada Guerra Chiquita de 1879, no pudieron cambiar el curso de los acontecimientos.

Las libertades de imprenta, reunión y asociación implementadas en cumplimiento del Pacto del Zanjón, la abolición de la esclavitud en 1886 y la sustitución del trabajo esclavo por el asalariado, generaron un nuevo escenario.

En su análisis acerca de las causas del fracaso independentista, José Martí concluyó que la guerra no la ganó España, sino que la perdió Cuba y, en consecuencia, estableció los principios para su reinicio. El 5 de enero de 1892 quedaron redactadas las bases y los estatutos del Partido Revolucionario Cubano (PRC), el cual se fundó el 10 de abril de ese año —concebido como una institución organizadora, controladora y creadora de conciencia, conforme a métodos democráticos— para sustituir la espontaneidad y la inmediatez, fomentar la unidad de los combatientes, para eliminar el caudillismo, el personalismo y dirigir la guerra como una necesidad táctica de una estrategia mayor: conformar la República con todos y para el bien de todos.

Comenzada la lucha, en el encuentro efectuado en La Mejorana entre Martí, Gómez y Maceo, se puso de manifiesto que los males que condujeron al fracaso de la guerra anterior, continuaban vivos.

En su Diario de campaña, Martí escribió el 5 de mayo de 1895: "Maceo tiene otro pensamiento de gobierno; una junta de los generales con mando, por sus representantes —y una Secretaría General—: la patria, pues, y todos los oficios de ella, que crea y anima al ejército, como secretaría del ejército".

Después de tres años de guerra, muertos en combate Martí y Maceo, la guerra no se había podido ganar. En ese equilibrio, en el que los cubanos dominaban los campos y España los pueblos y ciudades, el Gobierno peninsular, a causa del asesinato del presidente del Consejo de Ministros, Antonio Cánovas del Castillo, envió a Cuba al general Ramón Blanco en sustitución del general Valeriano Weyler y se aprobó un proyecto de autonomía para la Isla. En el contexto de la explosión del acorazado Maine en aguas cubanas, EEUU declaró la guerra a España, le hundió la escuadra naval en la bahía santiaguera e inauguró el Gobierno de ocupación en la Isla.

Después de redactada la Constitución de 1901, con la Enmienda Platt anexada, el 20 de mayo de 1902 se izó la bandera cubana en el Castillo del Morro y en el Palacio de los Capitanes Generales, y Tomás Estrada Palma asumió el poder como primer presidente cubano electo. La  República —no la soñada, pero la posible en condiciones de ocupación— quedó inaugurada y Cuba insertada en el concierto de naciones.

Entre 1902 y 1958 la economía, destruida durante la guerra, fue restablecida, el mal estado de la salud y de la educación fueron mejorados. Cuba se ubicó entre el pelotón de países avanzados de la región. Sin embargo, la recién nacida nación adoleció de la cultura democrática y de la formación cívica imprescindible en cualquier proceso de emancipación social.

Los males del siglo XIX, repetidos en la primera mitad del siglo XX, desembarcaron en la revolución que tomó el poder en 1959, la que, en lugar de fortalecer la formación cívica para la participación ciudadana, desmanteló la institucionalidad existente, disolvió la sociedad civil, estatizó la economía e impuso un solo partido político. En 63 años de totalitarismo —superiores en tiempo a los 56 años de República— Cuba no solo ha retrocedido desde la economía hasta la espiritualidad, sino que ese estado de cosas, que no fue elegido libremente por el pueblo, se ha refrendado en la Constitución como irrevocable.

A 127 años del inicio de la guerra promovida para conformar una república moderna, Cuba ha involucionado hasta el punto del esfuerzo gubernamental de identificar la "patria con todos y para el bien de todos", con un Estado totalitario, un partido, una ideología y un Gobierno. Y lo peor, que tal dislate se le intente endilgar, nada menos que a José Martí, quien en "La futura esclavitud" dejó constancia de su rechazo al totalitarismo: "como todas las necesidades públicas vendrían a ser satisfechas por el Estado, adquirirían los funcionarios entonces la influencia enorme que naturalmente viene a los que distribuyen algún derecho o beneficio".  Y añadió: "De ser siervo de sí mismo, pasaría el hombre a ser siervo del Estado. De ser esclavo de los capitalistas, como se llama ahora, iría a ser esclavo de los funcionarios".

En la fundación del PRC, teniendo en cuenta que la peculiaridad más definitoria y esencial del hombre se manifiesta en la diversidad, Martí dejó sentado, como indica la etimología de la palabra, que los partidos políticos son asociaciones no de toda la sociedad, sino de una parte de ella. Y escribió: "La grandeza es esa del Partido Revolucionario: que para fundar una república, ha empezado con la república. Su fuerza es esa: que en la obra de todos, da derecho a todos".

Y en el Manifiesto de Montecristi dejó establecido que la guerra no es "el insano triunfo de un partido cubano sobre otro, o la humillación siquiera de un grupo equivocado de cubanos; sino la demostración solemne de la voluntad de un país harto probado en la guerra anterior para lanzarse a la ligera en un conflicto sólo terminable por la victoria o el sepulcro".

En la Cuba de hoy los males del pasado continúan presentes y la situación está siendo desbordada por la complejidad social, cuya solución es incompatible con la conservación de un sistema ajeno a la naturaleza humana y opuesto diametralmente a los ideales que llevaron a la guerra de 1895, por la cual en ella y después de ella, miles y miles de cubanos han ofrendado sus vidas y por la cual cientos de ellos están siendo condenados hoy a desproporcionadas penas. Cuba padece un sistema que ha llegado al punto de no poder, como ha hecho hasta ahora, continuar distribuyendo la pobreza y, en cambio, ha infligido un daño antropológico que costará mucho tiempo y esfuerzo para subsanar.

Ante esa realidad existen dos alternativas: se introducen los cambios pacíficos que la nación requiere o el país regresará a las salidas violentas, tan recurrentes en la historia de Cuba y tan responsables del estado actual. La represión a las manifestaciones masivas del pasado 11 de julio, no dejan más salidas que la violencia o el éxodo, cuál de las dos más dañina para el presente y futuro de la nación cubana.