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Diálogos sobre el destino de Pittaluga: un componente de neustra memoria histórica

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Diálogos sobre el destino de Pittaluga: un componente de neustra memoria histórica

Septiembre 01, 2020 - 08:59
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Gustavo Pittaluga Fattorini (1878-1956) fue un destacado hematólogo, higienista y epidemiólogo italiano, que ejerció en España como profesor de la Universidad Central de Madrid, director del Instituto Nacional de Higiene de la Sociedad de Naciones, miembro de la Real Academia Nacional de Medicina y diputado a las Cortes Constituyentes. Arribado a Cuba en 1937, fue profesor de la Universidad de La Habana y miembro de las academias cubanas de Artes y Letras, y de Historia.

Su libro “Diálogos sobre el destino”, objeto del presente trabajo, está integrado por nueve diálogos, un monólogo y un epílogo, fue radiado por la Universidad del Aire[1] y calificado como “obra fundamental” por el destacado intelectual cubano, Salvador Bueno.[2]  

En el primer diálogo, Pittaluga plantea que Cuba es un pueblo que ha querido crear una nación. Que es capaz de crearla. Pero que no la ha creado todavía[3]. Define al futuro como porvenir inmediato e incógnito que acontecerá dentro de un período relativamente corto de tiempo; y al destino como un objetivo preñado de preocupaciones de orden histórico y filosófico para lo cual se requiere de un amplio programa nacional. Y añade que: ningún ideal se realiza por completo. Pero sin la visón de ese ideal no hay ruta, no hay brújula, no hay obra fecunda para el porvenir[4]. Para planear el futuro, que es el contenido de los programas y proyectos sociales, hay que tener en cuenta la conciencia de destino. Si esa conciencia no existe -que es el caso de Cuba- hay que conformarla, pues dicho objetivo sólo cristalizará con el afianzamiento de la personalidad colectiva, dado que el destino tiene que ser libremente escogido.

En el segundo, niega que la estructura de la sociedad y de la vida social dependan exclusivamente de los factores económicos y de la distribución equitativa o no de la riqueza. Los factores psicológicos, la estructura de la mente -dice- ejercen una influencia de tal magnitud y de tan diversos matices sobre la conducta de los grupos humanos, que no hay manera de sujetarlos a una escueta interpretación económica.[5]

En el Diálogo 3, a partir de la formación geológica de la Isla, plantea que el horizonte marino de Cuba no está hacia el norte, sino hacia el sur. Su mar, el que le pertenece por la concavidad de sus costas, no es el golfo de México, sino la cuenca del Caribe, desde la punta de Yucatán hasta la isla de Trinidad frente a las costas de Venezuela. De ello deduce que la ruta de nuestra común civilización es la de Santo Domingo, Puerto Rico, Yucatán, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia y Venezuela, los países que cierran con sus costas el mar Caribe. Afirma que Cuba está predestinada a ejercer una hegemonía sobre esos pueblos; pero no una hegemonía por imposición.

Acerca de la historia, enumera cinco hechos básicos a tener en cuenta: la ausencia de cultura y de población indígena (sin raíces autóctonas); el predominio del español; la integración de los oriundos de África; la formación del sentimiento independentista nacional; y la presencia norteamericana. La vigencia española -dice- está en el lenguaje, la religión, las costumbres, ciertas predilecciones alimenticias y el temperamento, manifestado en los rasgos personales y en la conducta colectiva. Considera que las cualidades y los defectos del pueblo cubano son esencialmente cualidades y defectos españoles. [6]

Si en 1864 Estados Unidos absorbía del 35% al 40% de la producción de la Isla, en 1877, consumía el 82% del azúcar cubano. El peso de la nación norteamericana era excesivo para que un pueblo como el cubano pudiera resistirse a esa atracción. Las primeras relaciones oficiales entre el gobierno colonial de Cuba y los Estados Unidos se establecieron allá por 1793, unos años después que George Washington fuera proclamado primer presidente de Estados Unidos. Desde entonces la marina mercante estadounidense sustituyó a las menguadas naves españolas[7]. Y concluye que, la fusión armónica del sedimento histórico y de los elementos de nuestra cultura con los intereses económicos y las inexorables condiciones geográficas son la base de nuestra definitiva estructura como “nación”.

Sobre la demografía, dice que las cifras son la representación de fenómenos dinámicos y cambiantes que atañen a los movimientos, al trabajo, a la producción y a la muerte de los seres humanos dentro de un territorio geográfico. Respeto a la distribución de la población en el territorio nacional, plantea que la solución consiste en crear intereses locales, pequeñas industrias ligadas con el suelo o con la riqueza forestal, explotaciones agrícolas especializadas, como ocurrió con los cafetales de los franceses en Oriente.[8]

En el diálogo 6, dedicado a la economía, establece cuatro períodos en la primera mitad del siglo XX cubano: 1- De reconstrucción después de la guerra de independencia de 1899 a 1913; de auge del azúcar y su predominio sobre las demás producciones en Cuba de 1914 a 1928 (En 1925 se produjo 5 156 000 toneladas, unas cuatro veces más de lo que produce hoy); de restauración de la economía de 1929 a 1938, donde se afirma la intervención del Estado en la organización de la industrias azucareras y agrícolas en general y disminuye la intervención del capital extranjero; y de consolidación, de 1938 a 1950[9]. Afirma que de lo que carece Cuba no es de un pueblo capaz; es de una clase directora capaz.

En el séptimo diálogo, plantea que las fuentes de la cultura europea, norteamericana y sudamericana se enlazan en nuestra isla a fines del siglo XVIII con el sedimento de la cultura española y contribuyen a formar la cultura cubana del siglo XIX[10].

Respecto a la política, plantea que las generaciones no se miden por la fecha en que han nacido, sino por la fecha en que hayan intervenido eficazmente en la vida pública y en que hayan ofrecido claras muestras de su valor intelectual y de su capacidad de acción[11]. Dice que el pueblo que aspire a cristalizar una nación no puede vivir de espaldas a la política.

En el último de los diálogos destaca la necesidad de orientar a los jóvenes hacia una teoría del esfuerzo, y no hacia una teoría de la suerte. El azar se convierte en suerte en cuanto ejerce una influencia sobre la trayectoria de la vida personal. La suerte, por tanto, es una concepción del espíritu humano.. Hay que despertar y afianzar las cualidades no solo intelectuales, sino morales, inherentes al trabajo, esto es, al esfuerzo, como fuente de bienes, como medio para ocupar el puesto debido o deseado en la sociedad.[12]

En el monólogo, plantea que Cuba debe proponerse, para cuando haya alcanzado la virtud necesaria para ello, aunar las voluntades de los pueblos del mar Caribe para crear la Federación de los Siete Estados de Centro América, con el apoyo previo de México al norte y de Venezuela al sur. Ese es su destino. El destino de un país no puede ser vender azúcar para comprar automóviles. Y en el epílogo plantea que en nuestra economía y en nuestra política social debe favorecerse el auge de la industria azucarera; y mientras tanto, fomentar al máximo la diversificación agrícola colateral y el crecimiento de las pequeñas industrias.[13]

Del contenido de “Diálogos sobre el destino”, del cual he presentado una apretadísima síntesis, podemos estar o no de acuerdo con algunas de sus conclusiones, lo que no se puede negar es que Cuba no tiene otra salida que cambiar y para ese cambio, como parte de la memoria histórica, hay que tener en cuenta a Pittaluga, quien, sin ser cubano de nacimiento, llegó a conocer a Cuba mejor que la mayoría de los aquí nacidos.

La Habana, 21 de agosto de 2019

[1] Universidad del Aire, proyecto cultural radiado entre 1932 y 1952.

[2] Salvador Bueno Menéndez (1917-2006), destacada personalidad de la cultura cubana.

[3] Pittaluga, Gustavo. “Diálogos sobre el destino”. La Habana, Editorial Félix Varela, 1999,p.7.

[4] Ibídem, p.18.

[5] Ibídem, p.23.

[6] Ibídem, p.110

[7] Ibídem, p.162

[8] Ibídem, p.189

[9] Ibídem, pp.290-291

[10] Ibídem, p. 321

[11] Ibídem, p.61

[12] Ibídem, pp.377-386

[13] Ibídem, p.419

 

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